El cuadro
“El regreso del hijo pródigo”.
Esta obra es una copia de la pintada por Rembrandt von Rijn, pintor holandes del siglo XVII. Es una de sus última obra, pintada al final de su vida, en el año 1669. Relata la parabola de la misericordia de Lucas (Lc 15, 11-32), y con ella nos desvela también parte de su propia historia, y de la nuestra.
Rembrandt no realiza esta obra por
encargo, sino para sí mismo. Debía sentir una atracción por el tema ya que
treinta años antes había pintado “El hijo pródigo
vividor”, en el que se autorretrataba con su mujer Saskia en un burdel, en una
etapa llena de excesos, placeres, de euforia personal y profesional.
Sin embargo, “El regreso del hijo pródigo” lo pinta
después de la muerte de su mujer y sus hijos, después de la ruina económica, el
desprestigio profesional, seguramente porque al final de su vida, ansiaba tener
ante sus ojos la esperanza de esta misericordia.
El pintor focaliza la
atención del espectador en el abrazo del padre y el hijo, sin necesidad de
colocarlos en el centro de la composición. Al otro extremo, un discreto foco de
luz sobre un personaje erguido nos desvela al tercer protagonista de la
historia: el hijo mayor.
Por otra parte, es
excepcional la maestría con la que el autor ha captado y reflejado la
psicología de los personajes, consiguiendo que en ellos podamos descubrirnos a
nosotros mismos.
"El hijo menor"

La ida del hijo menor es un acto mucho más ofensivo de lo que parece, porque el hijo no tenía ningún derecho sobre las propiedades de su padre hasta que este muriese, y su petición suponía un rechazo de su padre y del hogar.
Se alejó de su padre y de todo lo que
este le podia ofrecer porque pensó que él solo construiría mejor su propia
vida. Pero pronto descubre lo equivocado que estaba y que se está mejor en la
casa del padre, por eso regresa.
La forma en que Rembrandt lo
retrata es muy reveladora: tiene la cabeza afeitada, como signo de que lo han
privado de su marca de individualidad, nada queda ya del cabello rizado y la
mirada desafiante de aquel otro retrato de “El hijo pródigo vividor”. Su rostro
algo deforme, pequeño y rasurado, sugiere el de un bebé queriendo sumergirse en
el seno materno, con ansias de volver a nacer.
Viste ropa interior y está casi descalzo,
como signo de un recorrido de pobreza y esclavitud, el camino del
arrepentimiento es largo y penoso. Se arrodilla y esconde su rostro, no se
atreve siquiera a mirar a su padre.
Aparece desposeído de todo, excepto de su
espada colgada en la cadera, que constituye un símbolo de su origen noble. En
medio de su degradación, se aferró a su filiación, se reconoció como hijo de su
padre, y descubrió que esa era su mayor dignidad.
"El hijo mayor"
La rigidez e
inmovilismo del hijo mayor queda acentuada por el largo bastón que sostiene en sus manos, cerradas sobre sí
mismas. No muestra deseo de acercarse, se sumerge en la oscuridad, creando un espacio
central vacío inmenso en el cuadro
que crea una gran tensión.
Lo que Rembrandt
está retratando es otro hijo perdido; a pesar de que permaneció en casa y
cumplía sus obligaciones, en su corazón era cada vez más desgraciado y menos
libre, porque también se había alejado de su padre.
La dureza de su
expresión muestra su queja, su imposibilidad para la alegría. Su postura revela
que había desaparecido la comunión con su padre y su hermano, que se había
convertido en un extraño para los suyos, aunque no se hubiese marchado.
El está tan
necesitado de volver a casa igual que el hermano pequeño, y sin embargo, no es
capaz de correr a abrazar a su padre y arrodillarse ante él, sino que permanece
impenetrable y ageno, a pesar de la ternura de las palabras paternas: “Todo lo
mio es tuyo”.
"El Padre"
Es el auténtico y verdadero protagonista del cuadro, y su rostro es el único que se muestra íntegro en contraposición a las caras de sus hijos que solo se ven de perfil, como incompletos, que es lo que somos cuando no estamos con el Padre.Hay algo de maternal en esta figura que se inclina a estrechar sobre su regazo a su hijo. Incluso su mano derecha, fina y elegante, parece la de una madre, mientras que la rugosa y firme mano izquierda se asemeja más a la de un padre. Así, maternidad y paternidad se conjugan en este de gesto de bendición y de sanación de Dios.
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